viernes, 20 de febrero de 2009




GOYA
Francisco de Goya y Lucientes (1746-1828), nació en Fuendetodos (Zaragoza) y se formó como pintor en la cuidad de Zaragoza. Viajó en su juventud a Madrid y a Italia, donde acabó su formación. A su vuelta a Zaragoza se relacionó y trabajo con los hermanos Bayeu, con una de cuyas hermanas se casó después.

Los inicios: pintor de corte
De la mano de sus cuñados llegó a Madrid y se estableció como pintor de cartones de la Real Fábrica de Tapices. En esta primera etapa tenía un estilo colorista, con pinceladas sueltas y mezclas de colores. Algunas de las obras más famosas son: La vendimia, Las cuatro estaciones, La gallina ciega... Muy pronto su dominio del color y del dibujo le hicieron recibir encargos de retratos, y en 1775 fue nombrado pintor de la corte.
Una breve enfermedad, en 1792, le dejó sordo y provocó un cambio en su personalidad que se reflejó en su pintura. Se volvió más observador, más crítico, más profundo, y los colores de sus cuadros cambiaron, aunque continuó siendo un excepcional retratista. De esa época son: La familia de Carlos IV, La maja vestida y La maja desnuda.

La ruptura con el academismo
Desde finales de la década de 1790, Goya realizó en las que ya rompía con todo academismo y trabajaba con total libertad e imaginación. En los frescos de la ermita de San Antonio de la Florida sus pinceladas son sueltas y superpuestas, con manchas y toques en diferentes colores. En los grabados conocidos como los Caprichos, el pintor deja suelta toda su ironía.
La guerra contra Napoleón, con sus secuelas de muerte y miserias, conmovió profundamente al pintor, que dejó grandes cuadros describiendo el conflicto: La carga de los mamelucos, Los fusilamientos de la Moncloa, y una estremecedora serie de grabados: Los desastres de la guerra.
El retorno del absolutismo con Fernando VII llevó a Goya al aislamiento. Se retiró a su casa, La Quinta del Sordo, en cuyas paredes realizó las Pinturas Negras, llenas de fuerza y de visiones oníricas.
En sus últimos años de vida se exilió en Burdeos (Francia), donde recobró la calma y pintó el cuadro La lechera, en el que apunta ya al Impresionismo.


La maja vestida.
La maja desnuda.

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